Las mujeres que corremos con los lobos
"Una vez formé con una amiga mía un tándem de narración de cuentos llamado “Lenguaje corporal”, destinado a descubrir las virtudes ancestrales de nuestros parientes y amigos. Opalanga es una griot afroamericana tan alta y delgada como un tejo. Yo soy una mexicana, tengo una hechura muy terrenal y abundantes carnes. Aparte el hecho de ser objeto de burla por su estatura, de niña le decían a Opalanga que la separación entre sus dientes frontales significaba que era una mentirosa. Y a mí me decían que la forma y el tamaño de mi cuerpo significaban que era inferior y carecía de autocontrol. En nuestros relatos sobre el cuerpo hablábamos de las pedradas y las flechas que nos habían arrojado a lo largo de nuestras vidas porque, según los grandes “ellos”, nuestros cuerpos tenían demasiado de esto y demasiado poco de lo otro. En nuestros relatos entonábamos un canto de duelo por los cuerpos de los que no nos estaba permitido gozar. Nos balanceábamos, bailábamos y nos mirábamos. Cada una de nosotras pensaba que la otra era tan hermosa y misteriosa que nos parecía imposible que los demás no lo creyeran así.
Qué sorpresa me llevé al enterarme de que, de mayor, ella había viajado a Gambia en África Occidental y había conocido a algunos representantes de su pueblo ancestral en cuya tribu, mira por dónde, muchas personas eran tan altas y delgadas como los tejos y tenían los dientes frontales separados. Aquella separación, le explicaron, se llamaba Sakaya Yallah, es decir, la “abertura de Dios” y se consideraba una señal de sabiduría.
Y qué sorpresa se llevó ella al decirle yo que de mayor había viajado al istmo de Tehuantepec en México y había conocido a algunos representantes de m¡ pueblo ancestral, los cuales, mira por dónde, eran una tribu de coquetas y gigantescas mujeres de fuerte cuerpo y considerable volumen. Éstas me dieron unas palmadas y me palparon, comentando descaradamente que no estaba lo bastante gorda. ¿Comía lo suficiente? ¿ Había estado enferma? Tenía que esforzarme en engordar, me explicaron, ya que las mujeres son la Tierra y son redondas como ella, pues la tierra abarca muchas cosas .
Por consiguiente, en la representación, al igual que en nuestras vidas, nuestras historias personales, que habían empezando siendo opresivas y deprimentes a la vez, terminaban con alegría y un fuerte sentido del yo. Opalanga comprende que su estatura es su belleza, su sonrisa es la de la sabiduría y la voz de Dios está siempre cerca de sus labios. Y yo comprendo que mi cuerpo no está separado de la tierra, que mis pies están hechos para asentarse firmemente en el suelo y mi cuerpo es un recipiente destinado a contener muchas cosas. Gracias a unos pueblos poderosos no pertenecientes a nuestra cultura de Estados Unidos, aprendimos a atribuir un nuevo valor al cuerpo y a rechazar las ideas y el lenguaje que insultaban el misterio del cuerpo o ignoraban el cuerpo femenino como instrumento de sabiduría.
Experimentar un profundo placer en un mundo lleno de muchas clases de belleza es una alegría de la vida, a la cual todas las mujeres tienen derecho. Aprobar sólo una clase de belleza equivale en cierto modo a no prestar atención a la naturaleza. No puede haber un solo canto de pájaro, una sola clase de pino, una sola clase de lobo. No puede haber una sola clase de niño, de hombre o de mujer. No puede haber una sola clase de pecho, de cintura o de piel.
Mis experiencias con las voluminosas mujeres de México me indujeron a poner en tela de juicio toda una serie de premisas analíticas acerca de los distintos tamaños y formas y en especial los pesos de las mujeres. Una antigua premisa psicológica en particular se me antojaba grotescamente equivocada: la idea según la cual todas las mujeres voluminosas tienen hambre de algo; la idea según la cual “dentro de ellas hay una persona delgada que está pidiendo a gritos salir”. Cuando le comenté esta metáfora de la “mujer delgada que gritaba” a una de las majestuosas mujeres de la tribu tehuana, ella me miró con cierta alarma. ¿Me estaba refiriendo acaso a la posesión de un mal espíritu? ¿Quién hubiera podido tener empeño en poner una cosa tan mala en el interior de una mujer?”, me preguntó. No acertaba a comprender que los “curanderos” o cualquier otra persona pudiera pensar que una mujer tenía en su interior a una mujer que gritaba por el simple hecho de estar naturalmente gorda.
A pesar de que los trastornos alimenticios compulsivos y destructivos que deforman el tamaño y la imagen del cuerpo son reales y trágicos, no suelen ser la norma en la mayoría de las mujeres. Lo más probable es que las mujeres que son gordas o delgadas, anchas o estrechas, altas o bajas lo sean simplemente por haber heredado la colifi0_ ración corporal de su familia; y, si no de su familia inmediata, de los miembros de una o dos generaciones anteriores. Despreciar o juzgar negativamente el aspecto físico heredado de una mujer es crear una generación tras otra de mujeres angustiadas y neuróticas. Emitir juicios destructivos y excluyentes acerca de la forma heredada de una mujer equivale a despojarla de toda una serie de importantes y valiosos tesoros psicológicos y espirituales. La despoja del orgullo del tipo corporal que ha recibido de su linaje ancestral. Si la enseñan a despreciar su herencia corporal, la mujer se sentirá inmediatamente privad de su identificación corporal femenina con el resto de la familia.
Si la enseñan a odiar su propio cuerpo, ¿cómo podrá amar el cuerpo de su madre que posee la misma configuración que el suyo , el de su abuela y los de sus hijas? ¿Cómo puede amar los cuerpos de otras mujeres (y de otros hombres) próximos a ella que han heredado las formas y las configuraciones corporales de sus antepasados? Atacar de esta manera a una mujer destruye su justo orgullo de pertenencia a su propio pueblo y la priva del natural y airoso ritmo que siente en su cuerpo cualquiera que sea su estatura, tamaño o forma. En el fondo, el y ataque a los cuerpos de las mujeres es un ataque de largo alcance a la que las han precedido y a las que las sucederán.
Los severos comentarios acerca de la aceptabilidad del cuerpo crean una nación de altas muchachas encorvadas, mujeres bajitas sobre zancos, mujeres voluminosas vestidas como de luto, mujeres muy delgadas empeñadas en hincharse como víboras y toda una serie de mujeres disfrazadas. Destruir la cohesión instintiva de una mujer con su cuerpo natural la priva de su confianza, la induce a preguntarse si es o no una buena persona y a basar el valor que ella misma se atribuye no en quién es sino en lo que parece. La obliga a emplear su energía en preocuparse por la cantidad de alimento que ha comido o las lecturas de la báscula y las medidas de la cinta métrica. La obliga a preocuparse Y colorea todo lo que hace, planifica y espera. En el mundo instintivo es impensable que una mujer viva preocupada de esta manera por su aspecto.
Es absolutamente lógico que una mujer se mantenga sana y fuerte Y que procure alimentar su cuerpo lo mejor que pueda. Pero no tengo más remedio que reconocer que en el interior de muchas mujeres hay una “hambrienta”. Sin embargo, más que hambrientas de poseer un cierto tamaño, una cierta forma o estatura o de encajar con un determinado estereotipo, las mujeres están hambrientas de recibir una consideración básica por parte de la cultura que las rodea. La “hambrienta” del interior está deseando ser tratada con respeto, ser aceptada y, por lo menos, ser acogida sin necesidad de que encaje en un estereotipo. Si existe realmente una mujer que está “pidiendo a gritos” salir, lo que pide a gritos es que terminen las irrespetuosas proyecciones de otras personas sobre su cuerpo, su rostro o su edad.
La patologización de la variedad de los cuerpos femeninos es un arraigado prejuicio compartido por muchos teóricos de la psicología, y con toda certeza por Freud. En su libro sobre su padre Sigmund, por ejemplo, Martin Freud explica que toda su familia despreciaba, y ridiculizaba a las personas gruesas. Los motivos de las opiniones de Freud rebasan el propósito de este libro; no obstante, cuesta entender que semejante actitud pudiera corresponder a una opinión equilibrada acerca de los cuerpos femeninos.
Baste señalar, sin embargo, que distintos psicólogos siguen transmitiendo este prejuicio contra el cuerpo natural y animan a las mujeres a controlar constantemente su cuerpo, privándolas con ello de unas mejores y más profundas relaciones con la forma que han recibido. La angustia acerca del cuerpo priva a la mujer de buena parte de su vida creativa y le impide prestar atención a otras cosas.
Esta invitación a esculpir el cuerpo es extremadamente parecida a la tarea de desterronar, quemar y eliminar las capas de carne de la tierra hasta dejarla en los huesos. Cuando hay una herida en la psique y el cuerpo de las mujeres, hay una correspondiente herida en el mismo lugar de la cultura y, en último extremo, en la propia naturaleza. En una auténtica psicología holística todos los mundos se consideran interdependientes, no entidades separadas. No es de extrañar que en nuestra cultura se plantee la cuestión del modelado del cuerpo natural de la mujer y se plantee la correspondiente cuestión del modelado del paisaje y también el de algunos sectores de la cultura para su adaptación a la moda. Aunque no esté en las manos de la mujer impedir la disección de la cultura y de las tierras de la noche a la mañana, sí puede evitar hacer lo mismo en su cuerpo.
La naturaleza salvaje jamás ahogaría por la tortura del cuerpo, la cultura o la tierra. La naturaleza salvaje jamás accedería a vulnerar la forma para demostrar valor, “dominio” y carácter o para ser más visualmente agradable o más valiosa desde el punto de vista económico.
Una mujer no puede conseguir que la cultura adquiera más conciencia diciéndole: “Cambia.” Pero puede cambiar su propia actitud hacia sí misma y hacer que las proyecciones despectivas le resbalen. Eso se consigue recuperando el propio cuerpo, conservando la alegría del cuerpo natural, rechazando la conocida quimera según la cual la felicidad sólo se otorga a quienes poseen una cierta configuración edad, actuando con decisión y de inmediato recuperando la verdadera vida y viviéndola a tope. Esta dinámica autoaceptación y autoestima son los medios con los cuales se pueden empezar a cambiar las actitudes de la cultura"
Clarissa Pinkola Estés
8 comentarios:
¿Acaso la Diosa que toda Mujer lleva dentro se debería de preocupar por su aspecto físico? No. La Diosa que toda Mujer lleva dentro sabe que es Diosa y eso es lo único que le vale;)
Lo importante es mantenerse sano/a física y mentalmente y sentirse bien con uno mismo. Gracias por recordárnoslo, Rosa:)
Estoy totalmente de acuerdo con Reysagrado.
La persona que es valiosa, de verdad valiosa, no tiene que esforzarse en demostrarlo. En sus actos se percibe.
Besos
HOLAAA AMIGA MUY INTERESANTE Y COMPLETA TU ENTRADA QUE TENGAS UN BUEN FIN DE SEMANAAA , SALUDOS Y ABRAZOSSS DE TU AMIGO
CHRISTIANNNNN
Que buen escrito, lapesorna que es valiosa lo sera siempre, asi siendo ella misma, que disfrutes del fin de semana...
besitossssssssssssss
caricias que hablan...
bueno, es un tema de largo discutir. un abrazo
TARDO EN CONTESTAR ROSA PRECIOSA POR QUE SI ENTRO ACA ME EMBAUCO LEYENDOTE PERO CLARO QUE PUEDES PUBLICAR MIS COMENTARIOS PERO TODOS SIN EXCEPCION NO TENGO NADA QUE ESCONDER SOY EL EGO PERO AUN EGOISTA ME GUSTA SER RESPETUOSO POR MI PARTE PUBLICALOS BELLA ROSA OTRA COSA ES QUE TU INTUCION TE LO PERMITA AHY NO LLEGO PORQUE AUN NO ME VENDISTE TU ALMA.POR OTRA PARTE NO CREO OFENSA EN ELLOS Y AUNQUE EL EGO NO TIENE CONCIENCIA YO SOY UN SER INMORTAL Y MI CONCIENCIA ESTA MUY LIMPIA JAMAS HICE DAÑO A NADIE SOLO COMPRO ALMAS Y DENUNCIO INJUSTICIAS BESOS DE FUEGO CON MUCHO EGO
Peliagudo asunto éste, si entramos en harina, podríamos estar disertando mucho tiempo, pero no creo que sea adecuado aqui y ahora, diré que me gustan las personas bellas, tanto por fuera como por dentro, no debe prevalecer un criterio único, ser bello significa estar equilibrado, ser honesto y ser capaz de generar tranquilidad y respeto confiado en cada una de las relaciones que establezcamos.
Por hoy lo dejamos aquí, pero no caigamos en la demagogia de defender sólo la belleza interior frente a la exterior, que a nadie nos amarga un dulce.
Un beso bello, Who.
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